¿Una dualidad de género?
¿Enseña la Biblia la dualidad de géneros?
Con la “liberación femenina”, que no es lo mismo que la “liberación de la mujer”, la participación de las mujeres como predicadoras o pastoras ha ido en crecimiento constante. El cristianismo moderno apela a la “igualdad en Cristo”, con un énfasis inadecuado del término “igualdad”. La igualdad es la capacidad de ser “semejantes a”, pero no necesariamente significa que son completamente iguales. Una mujer es infinitamente valiosa como mujer, no importa el concepto humano que haya en cada cultura; la mujer es valiosa en su propia esencia; pero en muchos términos es totalmente diferente a un varón. No es inferior, solamente es diferente. Esta diferencia la hace única y valiosísima para todo el género humano. Pablo dijo que “Mas en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1ª Corintios 11:11), resaltando la igualdad salvadora de ambos sexos en el género humano. Pero esto no significa que no haya diferencias, como podemos ver al responder la pregunta de si existe “el género masculino” y “el género femenino”.
La etimología del término “género”, en toda la Biblia, es biológica; nunca se usa en forma ideológica. Cuando la Biblia llama “género” a algo o alguien, se refiere a su naturaleza propia. En la Biblia tenemos el ser humano como “género”, en el sentido de “especie humana”. En el caso de las diferencias sexuales, la Biblia simplemente les identifica como “varón” y “mujer”. Desde esta perspectiva, siempre los bautistas verán el término “género” desde la perspectiva “biológica”.
El otro término empleado en la Escritura es “hombre”, que es un término procedente del latín “homo” y “hominis”, precisamente del acusativo hominem. El término “homo” procede de “humus”, que significa “suelo”. De este término tenemos el término “humano”, para designar al varón y a la mujer dentro de la misma especie. El término latín traduce el término hebreo “Adam”, que se deriva del término hebreo “Adama”, que significa “suelo”. Tanto en hebreo como en el latín, “hombre” designa tanto al varón como a la mujer, porque se refiere a una “especie”, no a un concepto. En latín tiene sus complicadas enramadas mitológicas, pero en hebreo es simplemente la idea de que el hombre procede y vuelve al suelo.
No obstante, en la Escritura se revela que con el tiempo el término comenzó a especificar al sexo masculino, excluyendo de alguna manera al femenino; pero originalmente no fue así: “ Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados” (Gn. 5:2).
La Biblia sí tiene un término específico para “varón” y “mujer” en Génesis 1:27, que es “zakár” (macho) y “Nekebá” (hembra). Estos términos designan una diferencia fisiológica, ya que denota las diferencias sexuales, físicas y motoras de cada uno; no obstante, el mismo verso dice que, aunque estas diferencias físicas son reales, ambos son “hombre”, es decir, “humanos”. Zakár diferencia lo «masculino», en contraste con lo “femenino”; el vocablo indica el sexo de una persona nombrada. El vocablo puede referirse tanto a un “varón adulto” como a un “niño varón” (Levítico 12:7). En muchos pasajes, zakár tiene un sentido colectivo, o sea que el término en singular puede tener un sentido plural (Jueces 21:11). En algunos contextos el vocablo indica un “animal macho”: “de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para preservarles la vida contigo; macho y hembra serán” (Gen. 6:19). Eso mismo pasa con la designación de Nekebá.
También tiene un término que designa las diferencias morales, emocionales y espirituales del individuo. El término es definido por el contexto. Aparece por primera vez en Génesis 2:23: “Varón” y “Varona”, y puede significar “hombre”, “marido”, “pareja”, “ser humano”, “humano”, “alguien”, “cada uno” o “todos”, dependiendo del contexto. Hay cognados de esta palabra en fenicio, púnico, arameo antiguo y arábigo meridional antiguo. El nombre aparece unas 2.183 veces en todos los períodos del hebreo bíblico. El plural de este nombre usualmente es “îm”, aunque 3 veces es “îshîm” (Sal. 53:3).
Pero básicamente el término se aplica a un hombre o a una mujer, diferenciándolos de forma integral, tanto biológica como sicológicamente. El término enfatiza la diferencia, y no enfatiza o desvaloriza a los grupos “humanos”. Desde la perspectiva biológica y bíblica, no es correcto pensar que la “igualdad” aplica a todo el concepto de la especie, y que por tanto, una mujer pueda alzar el mismo peso que un varón, o que un varón pueda dar a luz. Cuando se llega a estos conceptos, suceden las desgracias que hemos visto últimamente en nuestro mundo, mujeres golpeadas o asesinadas en deportes con hombres que se creen mujeres, aunque físicamente son evidentemente diferentes. O a los varones luchando por tener el derecho a “abortar”, cuando es imposible que conciban. El problema de la “igualdad ideológica” recae en que se oscurece la verdad de las diferencias, y se procura ser iguales exactamente a algo que no puede ser igual.
Al observar el uso de los nombres que Dios designa a las personas, no podríamos hablar de un género masculino y otro femenino, si realmente queremos sujetarnos a los conceptos bíblicos. Actualmente se emplea en el sentido de “varón” y “mujer”, pero esencialmente ambos son parte de un solo género: el humano.
En la Biblia es muy importante la diferencia entre un varón y una mujer, no solamente en su apariencia, como designa 1ª Corintios 11, sino en su porte e identidad. Estaba prohibido el travestismo en el AT (Dt. 22:5), y en el NT evidentemente también (1ª Corintios 11:14-15). Si se emplea el término “género” en este sentido, no habría un problema, pero usado en su forma moderna, como si el varón y la mujer fueran diametralmente distintos, sería erróneo; porque aunque son diferentes, todos proceden de un hombre: Adán.
En la historia de la humanidad, los roles humanos se han distorsionado y corrompido, siguiendo esos patrones en diferentes etapas de la sociedad. Primero el grave problema del machismo, y luego el feminismo, ambos extremos que afectan negativamente el correcto entendimiento de la naturaleza humana. Debido a que no hay diferencia de dignidad, espiritual ni socialmente entre varón y mujer, según el concepto bíblico, no es adecuado hacer diferencias sexistas contra uno u otro individuo.