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Profetas contemporáneos

¿Existe el don de profecía hoy?

El tema de la profecía ha sido tema de discusión entre las iglesias a través de la historia. Los cristianos, en forma general, estamos de acuerdo que Dios ha usado a profetas para dar su mensaje, y nadie contradice que Moisés, Elías, Juan, Pablo y los otros escritores de la Biblia no hayan sido profetas de Dios. No obstante, hoy se preguntan si hay profetas. La profecía sí existe, la tenemos en las Escrituras, y ningún creyente negaría esa verdad. Pero el tema se centra más en los profetas que en la profecía misma.

En el AT se utiliza el término hebreo “Nabi”, que significa: “Aquel que denuncia”, y se aplicaba a los voceros de Dios. En griego, profeteo tiene la idea de alguien que habla en lugar de otro, como un intérprete o vocero.

Cuando Jesucristo fundó Su iglesia, estableció los 12 apóstoles en ella, e indicó que ellos eran la pieza doctrinal de todas las demás iglesias que surgieran a partir de la iglesia original (Efesios 2:20). El Apóstol Pablo coloca a los Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, como aquellos hombres dados como don a la iglesia, y afirma que eran específicamente para “la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:11-13). Es claro en el contexto de Efesios, que estos cinco dones son de “confirmación y edificación”, y por tanto, fueron dones exclusivos de la iglesia del primer siglo. La frase “pastores y maestros”, hace referencia a los primeros pastores establecidos por la iglesia local, y cuyo trabajo se extendió hasta nuestros días por medio de personas aptas y llamadas al ministerio. No parece que Pablo use el término con la idea de que son dones permanentes, porque empezando con el Apostolado, son dones cuyos requisitos no son posibles cumplir después de la Ascensión de Cristo al cielo. Parece más bien, una referencia a las mismas Escrituras, que Pablo ha venido mencionando y estableciendo como la base de su doctrina. En el Nuevo Testamento no todos los apóstoles escribieron, pero hay otros que sí lo hicieron, que no eran apóstoles ni profetas, tal como Jacobo, el hermano del Señor, que fue pastor o maestro en alguna iglesia.

Pensar que un hombre, aunque sea dotado de un don, pueda edificar la iglesia y llevarla a la madurez, es descabellado desde la perspectiva de la iglesia. Quien edifica la iglesia es Cristo mismo, mediante Su Palabra Escrita y la presencia permanente del Espíritu Santo en cada creyente. Los “obispos” o “pastores” no edifican la iglesia, sino que “la apacientan” (Hechos 20:28), es decir, conduce al redil a las aguas y pastos frescos, que son la Palabra escrita que edifica y forma.

En aquel tiempo eran necesarios profetas porque aún no estaba completa la Escritura, y era necesario la función profética de ciertos individuos para transmitir por escrito el mensaje de Dios.

Actualmente, en el sentido directo de la Palabra de Dios, no necesitamos profetas, ni apóstoles, ni evangelistas, ni pastores y maestros que nos “edifiquen”; tenemos pastores que “apacientan” el rebaño conduciéndolo a la Palabra de Dios, y no tenemos evangelistas, sino que cada creyente es responsable de llevar el Evangelio y predicarlo a los perdidos. Cada creyente es edificado en la Palabra perfecta de Dios (2ª Timoteo 3:16-17).

Como pastor, soy consciente de que mi función no es la edificador, no soy el dueño ni el jefe de la iglesia; soy el sobreveedor o guía de la congregación donde he sido puesto, y mi deber es llevar a cada persona a la Biblia, no a seguirme a mí o a alguna filosofía determinada. Por eso, no quiero que se confunda la función pastoral de nuestros días, con aquellos pastores y maestros que Jesús puso en sus primeras iglesias para escribir algo de Su Palabra. Nadie en estos días puede añadir a la Escritura, está completa y es suficiente. Todos vamos a ella, escrita por “apóstoles y profetas”, para llevar el mensaje.

La Biblia es la que prepara “enteramente al hombre de Dios para toda buena obra”. Además, Efesio 2:20 dice que apóstoles y profetas son el fundamento, que se pone una sola vez, así que ya no hay más apóstoles y profetas. 1ª Corintios 13:8 es claro en que las profecías y las lenguas se terminarían por sí solas cuando llegara lo perfecto, que en el contexto de 1ª Corintios 13 es la Palabra viva (Jesús, el amor ágape), y la Palabra escrita.

Algunos creen que los misioneros son apóstoles, pero aunque el término es válido en el sentido de haber sido enviado, no es aplicable en su sentido directo de la Escritura, que se aplica únicamente a los 12 apóstoles. Llamarse Apóstol es pedante, engreído y engañoso. Todo el que se llame Apóstol o Profeta, es un lobo con piel de oveja, un obrero fraudulento, un mensajero de Satanás.

¿Cuál debe ser, entonces, nuestra autoridad? La Biblia misma. Es el libro más atacado y tergiversado, porque es el que edifica y da libertad. Los sueños, revelaciones y manifestaciones modernas, son expresiones del espiritismo, y no tiene nada que ver con la fe de la Biblia. Las “iglesias” modernas no son de Cristo, y su mensaje es torcido y engañoso. No olvidemos que las sectas más grandes de nuestros días comenzaron con una visión, un sueño y con aires de apóstolados y profetas. José Smith, Hellen G. White, Charles Taze Rusell, Charles Parham, William Seymour son nombres que repercuten como fundadores de las grandes sectas, fundadas en sueños, nuevas revelaciones y trances por posesiones demoníacas.

Tenemos denominaciones, tal como Nazarena, Bautista, Metodista, Presbiteriana, Reformada, etc. Estas denominaciones tienen una fe y una norma de conducta. El carismatismo protestante-católico es un “movimiento”, no una denominación, y son los principales promotores contra las denominaciones. Este movimiento inició con Charles Parham, y sigue sincretizando y mezclando doctrinas para confusión propia. Y su paladión es, precisamente, las visiones y las profecías. Llenos están de falsos profetas, de falsos ministros y de falsos apóstoles. Es la llave de la Gran Ramera de Apocalipsis, y es la esencia misma de la unificación y formación de la iglesia religiosa de la Tribulación.

Si no vamos a la Biblia, y nos apoyamos en sus Palabras, seremos engañados y caeremos en la trampa de las doctrinas falsas, y comenzaremos a escuchar las voces de los falsos profetas, y cada vez más dejaremos a un lado el Libro que realmente nos hace libres.

“Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?” (Salmos 11:3).

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