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Rezos y Novenarios

7.¿Puedo comer en un rezo o un novenario?

“Mas no en todos hay esta ciencia: porque algunos, con conciencia del ídolo hasta aquí, comen como sacrificado a ídolos; y su conciencia, siendo débil, es contaminada”. 1ª Corintios 8:7.

En Latinoamérica es común que hayan rezos y novenarios en relación a los muertos. Esta es una práctica del catolicismo, con orígenes paganos. Y en muchas iglesias la prohibición de comer estos preparativos va en relación a que la comida está “contaminada por demonios” o es “no comible para cristianos”.

La respuesta a esta pregunta y a la comida ofrecida en actos religiosos, Pablo nos la da en 1ª Corintios 8. En este pasaje, Pablo explica la importancia de una correcta consideración de los alimentos y de la religiosidad detrás de ellos.

Lo primero que debemos notar en este pasaje, es que los alimentos no nos hacen más aceptos ante Dios ni menos aceptos ante Él; es decir, nuestro bien eterno no depende de lo que comemos, sino de nuestra relación con Dios. Los alimentos, de donde quiera que vienen, son santificados con la oración y las acciones de gracias (cf. 1ª Tim. 4:4). No existe evidencia bíblica que un alimento ofrecido a ídolos cambie su estructura o se contamine al punto de ser dañino. Realmente, el comer o no comer de un alimento ofrecido a ídolos no nos añade ni nos quita nada en lo espiritual (1ª Cor. 8:8). Dios no nos condena por eso, porque la vida eterna y la santidad no dependen de la comida, sino de nuestra relación con Dios por medio de Jesucristo. Pablo advierte que nadie debe imponer reglas de comida, de guardar el sábado o de otras cosas a nuestras vidas (Col. 2:16), porque tenemos libertad en Cristo.

La advertencia en 1ª Corintios 8 es la “conciencia del otro”. Pablo habla de dos tipos de personas en este pasaje: El creyente espiritual que no se guía por el mero “saber” humano (v. 1), y el creyente “débil”, que se guía por lo único que sabe como referencia de ídolos.

Aunque la mayoría de los creyentes corintios podrían entender absolutamente que un ídolo no era absolutamente nada, y no puede hacer nada, sino que hay sólo un Dios, y que por ello, las comidas eran solamente comidas, para algunos era difícil desprenderse inmediatamente de sus antiguas supersticiones y sentimientos acerca de los falsos dioses. Estos creyentes que eran débiles, seguían “habituados hasta aquí a los ídolos” (8:7). Entonces, entre los miembros de la iglesia de corinto había algunos que no podían considerar como un alimento común la comida que había sido ofrecida a los ídolos, a pesar de que ya no creían en la existencia de los dioses representados por los ídolos. Como resultado de una costumbre arraigada y practicada de toda la vida social y familiar, estos creyentes no podían desligarse completamente de su pasado y seguían teniendo cierto “temor” u “odio” hacia el ídolo. El participar de ese alimento les hacía vivir nítidamente sus convicciones anteriores, situación que no podían superar.

Es decir, estos creyentes, “siendo débiles” de conciencia, estaban atrapados por su propia conciencia, y no eran lo suficientemente fuertes para que pudieran vencer todos sus antiguos prejuicios y creencias supersticiosas. Esto producía que sus conciencias “se contaminaran” (v. 7). Esto significa que la mente comienza a ensuciarse con ideas falsas y no bíblicas, produciendo así ideas contrarias a la verdadera fe. Pablo recuerda que todo lo que no procede de fe es pecado (Rom. 14:23), y por tanto, si alguien come pensando en el ídolo, ha ensuciado su mente al creer que el pedazo de yeso o de madera tiene algo de poder, cuando en realidad no sirve para nada.

En 1ª Corintios 8:9, Pablo advierte que, a pesar de saber que el ídolo no es nada ni contamina el alimento, debemos siempre pensar en el prójimo. Cuando no pensamos en los otros hermanos, nos transformamos en destructores y no en edificadores. Pablo dice que si uno, que sabe que el ídolo no es nada y que delante de Dios no hay ninguna realidad negativa el comer de esos alimentos, come sin considerar al hermano débil, entonces pecamos. El pecado se centra en que motivamos al adorador de ídolos a seguir en su error o ha hacer caer en desánimo a los creyentes (v. 10). Según el verso 11, el hermano débil “se perderá” por culpa del hermano que no es débil, pero que es un desconsiderado con el débil en la fe. La frase “se perderá”, en griego significa “se arruinará”, como quien se marchita.

El principio bíblico es que si hacemos algo porque sabemos que está bien, y no consideramos a quienes piensan que está mal, le estaremos haciendo un daño fuerte a ese hermano, y pecamos directamente contra Cristo (8:12). Por eso, aunque no es pecado comer de alimentos sacrificado a los ídolos (porque el ídolo nada es), no los debemos comer si sabemos que afectamos la conciencia débil de un creyente. Dejar de hacer algo por los hermanos es loable, aunque eso pudiera haber sido permitido.

Este principio aplica en aquellas cosas que no son malas, pero que deben mostrar un carácter de beneficio al creyente débil. No se refiere a la tolerancia de pecados, sino a la tolerancia de la ignorancia o lucha espiritual en un hermano. En el verso 13, el Gr. kréas, “carne”, es una palabra que sólo aparece aquí y en Romanos 14:21. La carne era uno de los sacrificios especiales a los ídolos o en los sacrificios judíos, y Pablo estaba dispuesto a abstenerse de un alimento que podría haber comido correctamente, antes que poner un tropiezo en el camino de un hermano débil. La libertad es valiosa, pero la debilidad del prójimo debe inducir a los creyentes a renunciar a esa libertad por amor a dichos hermanos. El amor al prójimo debe ser el principio guiador en tales asuntos. La complacencia de nuestros deseos es, sin duda, mucho menos importante que la salvación del hermano débil que puede tropezar si ejercemos esa libertad.

Este principio es aplicable a muchos aspectos de la vida, como las recreaciones, el vestido, la música; en realidad, se aplica a la vida en general. La abnegación por amor al bien de otros, es una característica destacada en la vida del genuino seguidor de Jesús (Mat. 16:24; Jn. 3:30; Rom. 12:10; 14:7-23; Fil. 2:3-4). Este principio es la esencia del espíritu de Jesús, en cuya vida terrenal se manifestó constantemente, y nos manda, a sus hijos, a imitar.

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