Maldiciones Generacionales
¿Se habla de Maldiciones Generacionales en Éxodo 20:5?
Se ha dicho mucho acerca de que existen “maldiciones” que las personas heredan de los padres o familiares. Esta enseñanza es tomada del animismo pagano, y no tiene nada que ver con la enseñanza bíblica. Dentro del cristianismo tradicional existe la idea de que hay “embrujos”, “mal de ojo”, o “brujerías” como elementos que nos afectan; dentro del protestantismo existen las “maldiciones generacionales”, específicamente dentro del pentecostalismo. De la misma forma, el cristianismo introdujo la adoración de imágenes y de personas en los siglos subsiguientes a la muerte de los Apóstoles, siendo contaminado con el paganismo circundante a su fe.
Mientras que el catolicismo cambió los diez mandamientos, el pentecostalismo los lleva a una interpretación totalmente errónea. Observemos en detalle el segundo mandamiento dado por el Señor en Éxodo 20:
- La primera observación, es que el texto sobre “visitar a los hijos” es parte integral del segundo mandamiento. El segundo mandamiento habla de las “imágenes” y “semejanzas”, es decir, de las esculturas que se utilizan en la adoración.
- La segunda observación es que Dios prohíbe “inclinarse” y “honrarlas” (venerarlas), porque son solamente imágenes muertas, y el verdadero Dios es vivo.
- La tercera observación es que Dios se presenta como “tu Dios”, “Fuerte”, “Celoso”, es decir, es un Dios que no tolerará el pecado de la idolatría. Es un pecado terrible que las Escrituras lo revelan como un pecado de rebelión y de infracción a la ley de Dios (1º Samuel 15:23). La “avaricia”, el deseo de tener y aumentar las posesiones, es un pecado de idolatría también (Col. 3:5), y la idolatría se cuenta entre los pecados de la hechicería y las enemistades (Gál. 5:20).
- La cuarta observación es que Dios tiene dos reacciones en relación a este pecado: 1) Si se practica, Él castiga hasta los nietos; 2) pero si no se practica (los que me aman), hace misericordia a millares.
- Por último, nunca se dice que Dios “castiga”, sino que Dios “visita” la maldad, es decir, cuando hacen el mal son visitados, no cuando no lo hacen. La “maldad” es, en este contexto, la adoración de imágenes, es decir, la idolatría representativa.
La idolatría, que es llegar al punto de adorar a personas, cosas, imágenes o posesiones (dinero, propiedades, etc.), es un pecado que desvía el corazón del hombre. El pasaje no dice que Dios sigue castigando a los hijos porque se desquita con ellos por el pecado de los padres; lo que significa, es que la idolatría arrastra a la familia incluso hasta los “bisnietos”, por la influencia del infractor principal.
Es notable que una persona que practica la idolatría, tendrá hijos como él. El pecado se aprende desde niño cuando se observa al padre practicar lo pecaminoso. Los hijos justifican el pecado de ser avaro o idólatra porque su padre lo ha sido. La Biblia demuestra que en la familia se repite el pecado dentro de la religión (Jueces 17:5). Y la avaricia se transmite entre generaciones (Sal. 17:14), mientras el bien igualmente se transmite a la familia (Prov. 31:28).
Los hijos serán de la manera que sean criados (Pr. 22:6). Si bien la salvación es individual, la “educación” que aprenden en casa, formará su carácter, y definirá su estilo de vida. Dios, no puede perdonar a quien peca, y seguirá su ira sobre los hijos del desobediente en tanto ellos sigan practicando la misma desobediencia.
Pero cuando uno de estos hijos rebeldes cree en Dios, “y le ama”, la misericordia de Dios se derramará abundantemente sobre él, porque ya no está siguiendo el mal camino. No existe en la Biblia que el pecado del padre afecte al hijo, al contrario: “El alma que pecare, esa morirá: el hijo no llevará por el pecado del padre, ni el padre llevará por el pecado del hijo: la justicia del justo será sobre él, y la impiedad el impío será sobre él.” (Éxodo, 18:20). El pecado y las consecuencias de este es un asunto absolutamente individual; pero hay aprendizajes que hacen a las personas tomar malas decisiones, y seguir el mal camino, con todas las consecuencias que esto signifique.
La Escritura es muy clara al afirmar que nadie hereda el pecado de sus padres. Cada uno es responsable de su propio pecado: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará por el pecado del padre, ni el padre llevará por el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad el impío será sobre él” (Ezequiel 18:20). Las consecuencias de nuestra vida es nuestra propia decisión, y por eso, no es una verdad que el pecado se herede o las maldiciones que éste genere.
Dice el Señor que Él “visita la maldad”. La maldad del hombre en este pasaje es seguir falsos dioses, imágenes religiosas que representen a Dios, a un ángel o a un demonio. Esa maldad se transmite entre generaciones, y los individuos deciden seguir “la tradición de sus padres”, y no la Palabra de Dios. Por eso, seguirán en condenación por no creer en Jesucristo, apegados a sus tradiciones e idolatría.
Cuando una persona cree en Jesucristo como su Salvador de forma sincera y absoluta, su vida se transforma, e inmediatamente pasa del reino de las tinieblas al reino de la luz, y con ello, cualquier costumbre o tradición heredada es anulada, siendo completamente libre: “Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de pecados y suerte entre los santificados” (Hechos 26:18).
Las doctrinas sobre “maldiciones generacionales” son engaños mentirosos del diablo, quien busca solo robar la paz a quienes han creído en Jesucristo. Nadie que haya sido salvado por el Señor podrá volver a experimentar los horrores de la condenación, porque ha pasado de muerte a vida.