Cristianos en la Política
¿Puede un creyente ser parte de la política?
No hay nada más candente que una discusión política. Incluso los mismos cristianos se enemistan a causa de un color político. Los ideales y filosofías políticas son una línea peligrosa en las relaciones interhumanas. Por eso, nosotros como creyentes debemos producir una actitud correcta acerca de nuestra participación política. “Religión” y “política” parecen no concordar, pero últimamente hemos visto que todas las políticas se centran en una religión. Sin embargo, el creyente no puede ser político sin dejar de ser cristiano. El concepto de gobierno de un cristiano dista tanto del concepto mundano de gobierno. Por eso, aunque la política suena a cristiana, los principios son realmente mundanos. Dios no nos mandó a defender a una nación y establecer principios morales correctos; Jesús nos envió a predicar el Evangelio y que las almas se conviertan. Nunca vemos a Pablo motivando a cristianos a hacerse políticos, o que luchen “por los valores del cristianismo”. Él los llama a “denunciar el pecado” y a “predicar a Cristo”. No vemos política en medio del Nuevo Testamento, a no ser cuando se evidencia que la política le pertenece al diablo, y es él quien la controla. Y aunque Dios nos escucha y nos ha dado gobiernos políticos aceptables, vemos la lucha humana por ideales meramente filantrópicos y humano-centristas.
Si acudimos a la Biblia, encontraremos dos verdades en cuanto a nuestra actitud hacia la política y el gobierno:
- La Voluntad de Dios. La voluntad de Dios impregna y reemplaza cada aspecto de nuestra vida cristiana, y la centralidad del “yo” se derrumba. La voluntad de Dios es lo que tiene prioridad sobre todo y todos (Mateo 6:33). Los planes y propósitos de Dios están prefijados, y Su voluntad es inviolable; Él ha determinado el curso de la historia, y los esfuerzos humanos no pueden cambiar aquello que Él ha determinado en su sola voluntad. Es decir, lo que Él se ha propuesto, lo llevará a cabo, y ningún gobierno puede frustrar Su voluntad (Daniel 4:34-35). De hecho, es Dios quien “quita reyes y pone reyes” (Daniel 2:21), porque “el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y a quien él quiere lo da” (Daniel 4:17). Y esta verdad se evidencia en que Satanás tiene el permiso divino de ejercer su autoría, bajo la permisividad de Dios, sobre cada gobierno mundano (Lc. 4:6). Por eso, una clara comprensión de esta verdad, nos ayudará a ver que la política es meramente un método que Dios usa para llevar a cabo Su voluntad. Aunque hombres perversos abusen de su poder político, utilizándolo para el mal bajo la influencia de Satanás, Dios lo usa para alcanzar su objetivos de propagar el Evangelio y movilizar a sus iglesias. En relación a las cosas que nos rodean como hijos de Dios, el Apóstol Pablo dijo: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
- La inutilidad del gobierno. Debemos estar conscientes del hecho de que nuestro gobierno no puede salvarnos. ¡Solo Dios lo puede hacer! Nunca leemos en el Nuevo Testamento, que Jesús, o cualquiera de los apóstoles invirtiera ni tiempo ni energía enseñando a los creyentes sobre cómo reformar al mundo pagano de su idolatría, inmoralidad y prácticas corruptas por medio del gobierno. Los apóstoles jamás instaron a los creyentes a demostrar desobediencia civil para protestar contra las injustas leyes o los regímenes brutales del Imperio Romano. En cambio, los apóstoles les ordenaron a los cristianos del primer siglo, así como a nosotros hoy, proclamar el Evangelio y vivir vidas que den una clara evidencia del poder transformador del Evangelio. No es la política el medio de Dios para salvar a la humanidad, sino la “locura de la predicación” (1ª Cor. 1:21). No somos llamados a salir a las calles a protestar contra un gobierno, o movilizar masas para que se escuche nuestra voz. Somos llamados a predicar en todo lugar, no a politizar cristianamente a la sociedad. La voz silenciosa de los creyentes no se eleva en una salida a protestar o en motivar a los creyentes a hacerse políticos; la voz se eleva cuando cada creyente sale a predicar el Evangelio, a decirles a todos que Cristo es la única solución. Es allí donde comienza el verdadero cambio en una nación. Desde que las iglesias son “templistas” y no salen a evangelizar, es que tenemos un incremento de ideologías nefastas. Gobiernos como los Estados Unidos fueron eje de evangelización, porque los creyentes de verdad que salían a predicar. No cada sábado, sino cada día de sus vidas; el presentar a Cristo era su estilo de vida.
No hay duda de que nuestra responsabilidad para con el gobierno es obedecer las leyes y ser buenos ciudadanos (Romanos 13:1-2). Dios ha establecido toda autoridad, y Él lo hace para nuestro beneficio, “para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien” (1ª Pedro 2:13-15). Pablo nos dice en Romanos 13:1-8 que la responsabilidad del gobierno, es gobernar con autoridad sobre nosotros (esperando que sea para nuestro bien) para recaudar los impuestos y guardar la paz. Donde tenemos voz y podemos elegir a nuestros líderes, debemos ejercer ese derecho por medio de la votación por aquellos cuyas perspectivas se asemejen más a las nuestras, aunque no sean salvos.
En nuestra mente debe estar claro que uno de los grandes engaños de Satanás, es que pongamos nuestra confianza para la moralidad cultural y vida piadosa, en las manos de políticos y funcionarios gubernamentales. La esperanza nacional de un cambio, no se encuentra en la clase dominante de ningún país. Las iglesias han cometido un error si piensan que es trabajo de los políticos el defender, difundir y guardar las verdades bíblicas y los valores cristianos. El gobierno no es “columna y baluarte de la verdad”, ese título solo le cabe a las iglesias (1ª Tim. 3:15).
Aunque la iglesia puede ser el ente más débil en una sociedad, el objetivo de cada iglesia, de acuerdo al propósito de Dios, es ser esa columna y baluarte de la verdad, y debe reconocer que no se encuentra en el activismo político. En ninguna parte de la Escritura se nos ordena invertir nuestra energía, nuestro tiempo, o nuestro dinero en los asuntos gubernamentales. Nuestra misión radica, no en cambiar a la nación a través de reformas políticas, sino en cambiar los corazones a través de la Palabra de Dios. Cuando los creyentes piensan que el crecimiento y la influencia de Cristo puede de alguna manera ser aliada de la política gubernamental, corrompen la misión de la iglesia. Nuestro mandato cristiano, es propagar el Evangelio de Jesucristo y predicar en contra del pecado de nuestra era. Solo cuando los corazones de los individuos en una cultura sean cambiados por Cristo, esa cultura comenzará a reflejar el cambio.
Los creyentes a través de los siglos, han vivido, y aún florecido, bajo gobiernos antagonistas, represivos y paganos. Esto era especialmente cierto con los creyentes de los primeros siglos, quienes bajo despiadados regímenes políticos, mantenían su fe bajo una enorme tensión cultural. Ellos entendían que eran ellos, y no sus gobiernos, quienes eran la luz del mundo y la sal de la tierra. Ellos se adherían a la enseñanza de Pablo de obedecer a sus autoridades gubernamentales, y aún honrarlos, respetarlos y orar por ellos (Romanos 13:1-8). Aún más importante, es que ellos entendían que, como creyentes, su esperanza residía en la protección que solo Dios provee. La misma verdad se aplica a nosotros en la actualidad. Cuando seguimos las enseñanzas de las Escrituras, nos volvemos la luz del mundo, como Dios nos diseñó para llegar a ser (Mateo 5:16).
Las entidades políticas no son la salvación del mundo. La salvación de toda la humanidad ha sido manifestada en Jesucristo. Dios sabía que nuestro mundo necesitaba ser salvado, aún mucho antes que cualquier gobierno nacionalista se hubiera formado. Él le demostró al mundo que la redención no podía lograrse a través del poder del hombre, su poder económico, su poderío militar o su política. La paz mental, la alegría, la esperanza y el gozo – y la salvación de la humanidad – se logra solo a través de Su obra de fe, amor y gracia.
Los cristianos nunca deben perder su tiempo para enseñar políticamente a la iglesia; Jesús nos llamó para otra cosa, y debemos dedicarnos a enseñarles, a guiarlos a aprender la sana doctrina, a salir a predicar y a presentar a Cristo crucificado como la única opción en un mundo que va rumbo al abismo.
Creo que Dios llama a cada iglesia a entender el llamado, la importancia de la Gran Comisión y a salir a predicar. ¿De qué nos sirve un montón de «cristianos» sin sana doctrina apelando a que sea el gobierno el que mantenga la verdad? «En el mundo tendréis aflicción», dijo el Señor, y es parte de una humanidad caída vivir en estas circunstancias; pero nuestro deber y llamado es enfocarnos en la “locura de la predicación”.
Si las iglesias y cada creyente fuera luz al mendigo, al indigente, al vecino, al católico y sectario, presentando al Cristo crucificado por medio del testimonio, la predicación y la presentación del Evangelio, nuestra sociedad sería diferente.
Hoy vemos el reflejo de que los cristianos auténticos no hemos cumplido cabalmente nuestro llamado de ser luz en medio de la oscuridad, y cada vez más se hacen dependientes de un gobierno, y lucha para no perder su “status quo”, y su “conford” establecido en las cuatro paredes de muchos templos.
Deberían convocar a todos esos “cristianos” a ir a predicar. ¿Irían acaso? ¿tomarían una Biblia y tratados para ir a evangelizar a las calles? La mayoría iría a protestar políticamente, pero casi ninguno saldría a predicar el Evangelio, porque casi ninguno entiende el valor y la grandeza del Evangelio. El cristianismo moderno no conoce al Cristo que le da su nombre.
Debemos reflexionar sobre el trabajo pastoral que hacemos en nuestras iglesias, y la labor de la iglesia de Cristo en nuestra comunidad enseñando el Evangelio y la doctrina de Cristo, hallada solamente en las Escrituras1.
1Adaptado y ampliado de Question.org