Pastores Divorciados
¿Puede un divorciado ser pastor?
En 1ª Timoteo 3, una característica de un pastor es que sea “marido de una sola mujer”, una frase que se usa en relación a la mujer cuando se dice que debe ser “mujer de un solo hombre” (5:9). La referencia no es simplemente a no ser polígamo, sino al hecho de no haber tenido más que una sola mujer en su vida, en palabra, pensamiento y hecho. Una persona que tenga desviaciones sexuales, que sea indómito en su trato con otras personas que no son su esposa, no son pastores, son impostores.
Aclaro que todo aquel que no es fiel a su esposa, no califica como pastor. Esta característica se fundamenta, claramente, en las enseñanzas de Cristo, quien enseñó que el matrimonio no debe ser disuelto, y que todo divorcio y recasamiento es un claro pecado de adulterio (Marcos 10:1-12).
Mateo 5:37-32
Jesús habla del adulterio y del divorcio. Curiosamente, en el pasaje un adulterio no requiere de contacto físico, es suficiente la fantasía mental para que Dios considere el acto como adulterio. Esto significa que un mal pensamiento dirigido a una mujer que no es la esposa, delante de Dios es adulterio. También es interesante que cuando hay divorcio, y un segundo matrimonio, hay adulterio: «y el que se casa con la repudiada, adultera». Dos términos se emplean en Mateo al respecto, «repudio» y «divorcio». El repudio o el rechazo de la esposa es considerado por Jesús un «adulterio», y hace que la esposa adultere, a no ser que ya haya fornicado antes. La «fornicación» es cualquier acto sexual practicado fuera del matrimonio, un acto con otra persona. La fornicación aquí no es una cláusula aceptando el divorcio, sino una forma de adulterar antes de ser «repudiada». Si se lee adecuadamente, el adulterio se da cuando se repudia a la mujer, a no ser que ella ya haya fornicado de alguna manera. La fornicación, de donde viene «pornografía», incluye la exhibición física sexual descarada o simulada, y hace que ese acto sea ya una «falta moral» dentro del matrimonio.
El matrimonio fue hecho para no ser «roto», y no hay excusa para decir que se tiene libertad de divorcio. Y aunque aceptaramos la popular interpretación de que este pasaje permite el divorcio por causa de una infidelidad o falta moral, es claro que no permite el recasamiento de ninguna manera.
Desde el punto de vista gramatical y literal, no podemos concluir que este texto hable de una posibilidad de recasamiento. De hecho, el concepto del recasamiento en todo el Nuevo Testamento corre bajo la premisa «que haya muerto el cónyuge», porque mientras éste vive, «está sujeta a la ley del marido» (Ro. 7:1-3).
La palabra «divorcio» solamente aparece en Dt. 24:1-3; Mt. 5:31; 19:7 y Mr. 10:4, pero en los Evangelios aparece esclareciendo el concepto del «permiso de Moisés», y estableciendo que «al principio no fue así». Al contrario al pensamiento popular, Jehová rechazó el divorcio completamente (Mal. 2:14-16).
La diferencia entre el «adulterio» mental al «adulterio físico» es que el primero aún no incluye a una tercera persona física, y la confesión y abandono de dichos pensamientos logra una restauración conyugal completa, mientras que la infidelidad física, aunque puede ser restaurada la persona infiel dentro del matrimonio, la confianza se destroza, y es más complicado restablecer a la pareja. En muchos casos, es imposible evitar el divorcio y el hogar se destruye. En este caso, la persona divorciada corre con consecuencia propias del divorcio, como sus funciones dentro de la congregación, donde el divorciado no tiene potestad de ser anciano de la iglesia (1ª Ti. 3:2). Aunque se ha argumentado que «marido de una sola mujer» equivale a no casarse con más de una de una sola vez, carece de respaldo histórico y doctrinal. Al parecer, Pablo recuerda la Ley de Moises acerca de los sacerdotes levitas, que les era prohibido «casarse con divorciada o infame» (Lev. 21:7-20).
¿A qué se debe tanta severidad?
Que el ideal de Dios de “un marido y una mujer” es inviolable. Cuando creemos que un divorciado, o casado por segunda vez, puede ejercer algún cargo espiritual dentro de la iglesia, contradice el texto bíblico. No obstante, la restauración del creyente ante Dios es posible por el perdón de la Sangre de Cristo, quien ha perdonado todos los pecado (1ª Jn. 1:7-10). No debemos confundir, sin embargo, entre “pecado” y “consecuencia” del pecado. Es claro en la Biblia que quien peca recibe una consecuencia. Sabemos el caso de 1ª Cor. 5, de un hombre en insesto con la esposa de su padre. Aunque él podía ser salvo (1ª Cor. 5:5b), no obstante debía enfrentar el peso de la justicia divina (5:3-5a). Si bien es cierto que se admite que, al arrepentirse, podría ser reintegrado a la iglesia (2º Cor. 2:5-11), nunca se dice que pueda ejercer cargo espiritual dentro de la misma; y no se dice porque ya se ha explicado que el concepto Paulino es que sea “marido de una sola mujer”. La única manera de aceptar a una persona casada por segunda vez, es que su cónyuge haya muerto. El consejo de Pablo para las viudas jóvenes es precisamente este, que se vuelvan a casar, pero nunca se dice lo mismo de quien se divorcia. Al contrario, cuando habla de un creyente cristiano divorciado, el consejo de Pablo se torna más difícil aún: Él permite el divorcio en una pareja donde uno es creyente y el otro es inconverso, pero prohibe “casarse” otra vez tras el divorcio (1ª Cor. 7:15-16); pero es claramente enfático cuando dice: “Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer” (7:10-11). Más claro no puede ser. El divorcio no está contemplado en el creyente, ni en la iglesia del Señor; pero si se da, no puede haber un segundo matrimonio.
¿Qué hacemos con los que viven en unión libre o que ya se han casado?
Si un creyente ya se casó por segunda vez, debe permanecer como está (1ª Cor. 7:17-24), y no puede contemplar el divorcio jamás. Su segundo matrimonio no puede ser anulado. Si ya ha habido divorcio, y el creyente vive en unión libre, tiene solamente dos opciones: 1) Dejar su pecado, alejándose de la persona con la cual convive, o, si no puede abstenerce por la unidad filial adquirida en su relación impropia o concubinato, 2) que se case, debido a que el adulterio ya ha sido cometido al mantener relaciones sexuales con otra persona que no es su esposa legítima. No obstante, la segunda opción es mi opinión personal ante una circunstancia donde el divorciado ya ha decidido nunca abandonar a esa otra persona, ya que el mandamiento bíblico es muy claro que no debe haber segundas nupcias. Obviamente, esto no aplica a las infidelidad lésbicas u homosexuales, ya que son claramente consideradas aberrantes y execrables ante el Señor (cf. Lv. 20:13), al igual que la zoofilia, que es un acto repugnante (Lv. 20:15-16).
¿Cuáles son las consecuencias dentro de la iglesia?
Desde el punto de vista bíblico, las únicas dos funciones que un divorciado (sea o no casado segunda vez) no puede realizar es el cargo de anciano, o de obispo. El pastorado quedaría completamente descartado en este caso, según Pablo enseña en 1ª Ti. 3:1-7, y Tito 1:6; aasimismo el diaconado no podrían ejercerse, ya que se menciona el hecho de “marido de una sola mujer” (1ª Ti. 3:8-13), para que sea irreprensible.
Dentro de la iglesia un pastor divorciado puede ejercer su apoyo al Concilio Pastoral, como ujier, y parte integral del Concilio en otro cargo. El cargo de pastor es un cargo que requiere la cualidad de “marido de una sola mujer”, lo que también descarta a las mujeres en este oficio.
Tanto para Jesús, como para Pablo, el divorcio es un evento que no debería darse entre creyentes, ya que “al principio no fue así”.